lunes, abril 30, 2007

La lejana mitología




















La lejana mitología

Si existiéramos, si dejáramos de ser estos fantasmas que se saludan al pasar clavando sus banderas en la nada o abriendo los brazos para decir al fin te encontré, soy yo, estoy aquí, descúbreme tras la ventana oscura, en esta caverna llena de animales que corren por el tiempo huyendo de la realidad. Si existiéramos, dices, sería inevitable no arder sobre las brasas del delirio, y si no hay tiempo no hay siempre ni esta noche ni los mares o las altas cordilleras que resbalan esculpiendo fronteras y liberando ecos de aquellos nombres que viven en nosotros.

El mundo está lleno de paisajes que esconden ojos bajo las aguas de un espejo. Busco manos entre las rocas, fragmentos de tu cuerpo en el tiempo, disperso, plegado en otros, confundido en un corazón que se agita con la marea de los siglos. Así tu imagen se alza en la tormenta que estremece al universo para estallar en mil estrellas con el beso urgente de la noche que amenaza reducirnos al sueño. Déjeme que la bese, dice, ¿dormirá conmigo esta noche? ¿no volverá a ser fría como un pez? He sido una sirena, respondo, con escamas verdes, azules y amarillas tornasol, nacaradas, muy bonitas... y a usted le gustaron mucho cuando me conoció.

Es cierto, todo empezó en la lejana mitología que no se acaba nunca y nos enreda los cuerpos en angustiosas metamorfosis, en lamentos originarios que ensayan como separar las aguas, los cielos, y esa tierra húmeda que quiere hacer brotar paisajes en el fuego que arde en todas las alcobas. Fue entonces cuando le prometí que en otra época volvería a buscarlo. Usted se desprendió de sus escamas, dice, no es un pez, pero tiene aún en sus pechos el sabor del océano, el salitre en su cuerpo, el recuerdo del mar en su piel... y usted continua siendo un navegante, le digo al oído, entonces atráigame, guíeme entre las sombras, y yo sonrío. Puedo hacerlo. Soy una estrella extinguida que con su luz cruza el tiempo que no existe ni hoy ni mañana ni siempre, pero usted me encenderá otra vez con su antorcha de oro que guarda el fuego robado a los dioses. Oiga mi canto lejano, venga, no se deje amedrentar por la noche, avance, pienso, mientras me busca con los ojos vendados, atráigame a su vientre, dice, siento la humedad de su sexo, mi antigua sirena, yo escalé sus almenas, forcé todos los cerrojos, busqué sus labios en las noches más negras ¿no dice que me amó desde el principio del tiempo?

Sí, lo amo desde entonces cuando hizo vibrar mi corazón como la campana de un templo.


(Pintura: Rene Magritte)

domingo, abril 22, 2007

Por ti arden mis mejillas



Por ti arden mis mejillas

Sube lentamente hasta mi cuarto y abre la puerta. Pero usted no es una sombra, exclama él, tiene las mejillas encendidas, le da luz sobre la cara y tiene el pelo ensortijado. Ha de ser por el vestido rojo, respondo. He deseado muchas noches este momento, dice, cuando mi corazón estalla a sus pies y con un beso largo, cálido y húmedo -blando beso de noche-, lo devuelve a su lugar y me empuja suavemente contra la puerta del armario desde donde nace una nube inmensa. Nos subimos, la ventana se abre y sobrevolamos la noche abrazados, mientras mi corazón se llena de lunares y monedas de oro ¿Es afición suya abordar nubes y alfombras voladoras, no piensa en el frío? Pregunta. Pero esta nube es tibia y la primavera con su sábana de aromas nos cubre de pétalos. ¿Qué ve si mira hacia abajo? Dice. Nada, un abismo ¿No hay ciudades iluminadas, ventanas encendidas en la noche, cuerpos que se aman o discuten? Nada, llevo una venda ahora y vuelo en plena oscuridad. Le quitaré la venda entonces, dice, y le mostraré mis ojos clavados en los suyos. Está bien ¿Ve mis ojos? Sí, entonces beso sus ojos y sus mejillas que arden, porque todo en él es un incendio ¿Será así mi amante? Pregunta. Usted es mi amante, respondo, está en mí. Creo que algún día nos encontraremos, dice. Quién sabe. El mundo baila sin rumbo como una pompa de jabón.
¿Tiene usted las mejillas encendidas como la Maja vestida, de Goya? Pregunta. Sí, ha de ser por el vestido rojo, pienso, mientras lo beso y siento como crecen los volcanes submarinos en el Sur.



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