viernes, octubre 15, 2010

Animal Cautivo, de Lila Calderón


"Animal Cautivo" de Lila Calderón


Por Isabel Gómez






“Y quien haya incendiado/ sus originales secretos tallados en tablillas,/ o grabados en papiro,/ los verá caer allí otra vez/ Como Lluvia/ o extenderse/ a modo de subtítulos de vapor/ sobre el cielo o el recuerdo/ bañándose en las mismas aguas del principio/ donde nosotros los de entonces volvemos a ser los mismos”. En su discurso literario la poeta nos introduce en la magia de la creación en donde los íconos y el concepto se unen a través de una mirada, en ocasiones cinematográfica, para mostrarnos una percepción del cosmos y de los sujetos que se adentran en esa dimensión.
Animal Cautivo, nuevo libro poético de Lila Calderón nos sitúa en un escenario donde confluyen tópicos, desde el objeto y el sujeto en creación, esta experiencia poética provoca en nosotros, encuentros y desencuentros de manera constante. El libro está dividido en capítulos que nos adentran en diversas situaciones de vida humana, tanto mística, como metafísica, contemplando las visiones de temporalidad, individualidad y espacialidad. En el primero de ellos: “La Representación de la Tierra”,  la poeta describe el planeta a través de situaciones que nos trasladan a espacios cerrados, en donde no es fácil la convivencia, el diálogo, la poeta señala: “El planeta es un rondó carnívoro./ Está todo tan amarrado que el tiempo/ no tiene más que dejarse llevar/ por el desliz del vapor…”. Es allí donde el planeta se nos muestra, a través de caleidoscopios donde las palabras nos introducen en este viaje del ser. En estas páginas la imagen juega un papel fundamental para entramar los hechos desde una mirada crítica. Cito: “Las risas/ de los que creíamos asistir a un programa en vivo”, en donde este animal cautivo, observa, analiza y cuestiona la existencia, con la intención de disponernos a ser espectadores de paisajes donde percibimos el dolor del ser moderno, la desesperanza, pero también la esperanza de contemplarnos a través de la palabra, otorgándole un nuevo sentido a las cosas. “Alguna vez fuimos caníbales,/ tiernos e inocentes animales que se dejaban llevar/ por la ceremonia de la vida.” Nos señala la poeta como una forma de retornar a nuestros orígenes, desde allí la vida se percibe a través de instantes donde todo transcurre de manera plácida, casi imperceptible, el sujeto en su mirada más primigenia, donde pareciera que el destino está predeterminado como una ceremonia.  

En el segundo capítulo. “La revelación del fuego”: El sujeto se ve enfrentado a la angustia de la existencia, “somos tortuosamente circulares”, como un pensamiento que redunda en nosotros hasta “saturar las palabras”. En estas páginas, “Todo es ver y quemar,/encender y entender./ Luz que ciega desde una hoguera continua/ para envolver en su rito la piel/ de los transeúntes esparcidos tras las brasas del artificio..."
La poesía nos permite estar atentos a los cambios del sistema, a mirarnos más allá de sí mismos, todo esto con el objeto de comprender aquello que habitamos y nos habita, con la intención de construir identidad, desde la existencia misma del poema.

En el discurso poético de Lila Calderón se inscriben una serie de elementos que van mucho más allá de una línea formal de creación, otorgándole un sello particular a su escritura, esto hace que nuestra experiencia lectora se traslade al mundo de la magia, la alquimia, la religión, la mitología, entre otros cuerpos temáticos que recorren sus textos. Cito:“Una fotografía sobreexpuesta/ se instala en la memoria./ Alquimia resignada donde se desvanecen iris/ o dilatan pupilas,/ y todo contraste que aliente la comparación/ en el desconcierto del blanco y negro/ que la muerte esculpe/ a la luz del nuevo día”.
El sentido de orfandad del ser actual está implícito en estas páginas, los sujetos se mueven entre confusos túneles desde los cuales hay que liberarlos, porque el poema está allí, entre nosotros, vigilante. Acechando las reflexiones de lo real e irreal. Cito:“Y entre tanto silencio,/ una danza de clones/ se mirarán uno a uno/ con la angustia existencia/ de una célula madre perdida” La escritura es una testigo silenciosa que transita como un ser sigiloso por la vida, atenta al acontecer, a devolvernos las emociones que algún día fueron sujetos adentro del mundo, lugar de encuentro para que otros vuelvan a reencontrarse con sus orígenes. Es así como la poesía se llena de símbolos y esencias que van configurando cuadros dialogantes más allá del discurso implícito en las palabras.

“El agua o la fuente de lectura”, es otro capítulo que nos adentra en la lectura de este animal cautivo, sin tiempos controlables donde transitar, sin rutas certeras, aquí, lo abisal es el desafío, la pregunta que nadie responde,  “Entre charcos de lluvia y reflejos/ encontraron una frase,/ una oración atávica./ Convertida en imagen/ vieron proyectarse/ una mujer de barro que soñaba/ con el cielo rociado desde una copa de oro…”  Animal Cautivo es la imagen que nos traslada al sujeto de hoy. Interpreta la realidad de aquellos que coexisten desde las interacciones, escapando de su yo para enunciar las circunstancias del otro, porque: “…Todo ocurre simultáneamente en algo que ya no es presente/ sino vida/ Aguas del libro prometido”.  La poeta se identifica con temáticas que determinan lo colectivo y lo individual de nuestra cultura americana, desde un discurso en donde la armonía de lo ritual, se impone con un sesgo ancestral que muchas veces va más allá del imaginario lector.

La animalidad del ser se construye y desconstruye constantemente como una forma de proponer otra realidad, aquella que denuncia la fragmentación de los sujetos sociales y la escasa o nula pertenencia a su terruño.
“Y quien haya incendiado/ sus originales secretos tallados en tablillas,/ o grabados en papiro,/ los verá caer allí otra vez/ Como Lluvia/ o  extenderse/ a modo de subtítulos de vapor/ sobre el cielo o el recuerdo/ bañándose en las mismas aguas del principio/ donde nosotros los de entonces volvemos a ser los mismos”. En su discurso literario la poeta nos introduce en la magia de la creación en donde los íconos y el concepto se unen a través de una mirada, en ocasiones cinematográfica, para mostrarnos una percepción del cosmos y de los sujetos que se adentran en esa dimensión.

En el capítulo: “La era del aire”: “Alguien advirtió los peligros del ciberespacio/ y adelantó su protesta como una profecía…” La poesía de Lila Calderón trasciende los espacios de la realidad, aquí la palabra circula como una órbita que va llenando los zonas que se interrogan a sí mismas.“Cito:… Las palabras nos sobrevuelan/ flotan en el espacio/ navegan buscando el gran secreto”. En estos versos la poesía es vista como una divinidad que nos permite humanizar los entornos, socializar nuestros sentimientos y emociones más allá del discurso poético.

En “La lejana mitología”: nos señala: “Soy una estrella extinguida/ que con su luz cruza el tiempo/ que no existe ni hoy ni mañana ni siempre…”.La negación del tiempo mediante la enunciación de aquello que no existe, que se ha extinguido, o que no logramos percibir con claridad, nos transmite la sensación de ser sujetos mutantes, a través de la palabra nos trasladamos más allá del tiempo, mientras los hechos transcurren perceptibles e imperceptibles a nuestro ser temporal. “Bastarían unas cuantas flores sobre el césped/ unas alas lo suficientemente fuertes/ como para  trasladar a dos fantasmas por la vida…” El discurso poético es rotundo para enunciar las cosas y además metamorfosearlas con la intención de transformar la realidad para darle un nuevo sentido, una nueva construcción a los hechos y las situaciones vividas.

En el último capítulo: “Epílogo”: Pareciera que en esta ocasión el epílogo es otra forma de volver la mirada hacia nuestras subjetividades, a pensar el discurso poético como una forma regenerativa permanente, una manera simultánea de crear y recrear la palabra desde sí misma, desde las infinitas formas de sentir y de involucrarnos en la creación literaria porque, como nos dice la autora:“A veces creo que me voy a abandonar al abrir los ojos./ Pero no es ése el escape. Es sólo otra puerta…”


Publicado en Pluma y Pincel

domingo, octubre 10, 2010

Un cuento muy revelador

Hoy decidí publicar aquí un cuento de mi amigo Mentecato, al que sigo desde hace años en su blog:



Su escritura me parece notable, lo leo y no dejo de darle vueltas a su mundo poético o narrativo que tiene el efecto de un tornado para mí: siempre destruye, borra las fronteras de la realidad que se muestra tan absurdamente estable y deja a la ficción al descubierto, poblando el espejo, ocupando el lugar que se niega a aceptar el reflejo, para obligarnos a recoger luego sus huellas, esas que descansan a la orilla del río donde bebía Heráclito, buscando la sombra de un gran árbol que se proyecta poderoso desde la caverna de Platón. 




Llamadas obscenas





Cuando el 15 de julio de 2001 recibí una llamada obscena, me estremecí, porque pensé que había sido Cristina.

En mi primer día de jubilación, había ordenado los libros; rodé el globo terráqueo; abecedaricé los discos de rock de los años 50 y 60; hice funcionar viejos compases de bigotera; leí sobre los diseños misteriosos de las piedras de Ica; contemplé antiguos mapas en donde soñaba, cada noche, navegaciones a países enigmáticos...

El padre de Cristina había llegado como médico jefe al hospital de la región. Y cuando ella entró a la sala de clases del liceo, me maravillé: era Carol Lynley, una rubia modelo adolescente, portada de Life y otras revistas de moda, que devendría más tarde en actriz de Hollywood. Por fortuna, sentaron a Cristina a mi lado y, con el tiempo, nos hicimos grandes camaradas.

En casa de su prima mayor Teresa, aprendimos a bailar rock (yo prefería los lentos de Brenda Lee y Paul Anka para poder abrazarla). No sé si por admirar a Carol Lynley, empecé a enamorarme de Cristina. O si al verla por primera vez la amé desde entonces.

Lo sucedido en el transcurso de los días es largo de narrar. Fueron alrededor de dos años de camaradería. En una bellísima mañana estival, que tomábamos sol en la playa, me confiesa, entre sollozos, que desde un tiempo siente deseos irrefrenables de hacer llamadas obscenas y ya ha realizado varias. A mis dieciséis años no supe argüir que la adolescencia está llena de ángeles y demonios; que la adolescencia arde en lujuria (y no le revelé que, por las noches, con los muchachos escudriñábamos ventanas con mujeres desnudas).

Un domingo al salir de la iglesia, me asegura que se hará monja de claustro para expiar su pecado y pedirá postular al noviciado. Yo, sin atinar, incliné la cabeza acongojado.

Al día siguiente de su ingreso al noviciado, caminamos por los jardines del convento de la distante capital. Nos sentamos en una glorieta de rosas y, súbitamente, nos abrazamos mientras nuestras lágrimas fluyeron: era el desgarro de un ciclo que concluía. "Tú has sido lo más hermoso de mi vida", le aseguré. "Tú también has sido lo más hermoso de mi vida", replicó. Y con sus ojos celestes arrasados en lágrimas, me prometió: "Algún día te llamaré"...


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(En 2005, revisé diarios de la capital, de entre los años 1962 y 1964, buscando la confirmación de una supuesta herencia de una anciana tía paterna. En uno de los sueltos de 1963, leí del suicidio de una joven religiosa: Cristina Müller, hija del distinguido médico Tomás Müller. O sor Carol, como monja de claustro).