domingo, octubre 10, 2010

Un cuento muy revelador

Hoy decidí publicar aquí un cuento de mi amigo Mentecato, al que sigo desde hace años en su blog:



Su escritura me parece notable, lo leo y no dejo de darle vueltas a su mundo poético o narrativo que tiene el efecto de un tornado para mí: siempre destruye, borra las fronteras de la realidad que se muestra tan absurdamente estable y deja a la ficción al descubierto, poblando el espejo, ocupando el lugar que se niega a aceptar el reflejo, para obligarnos a recoger luego sus huellas, esas que descansan a la orilla del río donde bebía Heráclito, buscando la sombra de un gran árbol que se proyecta poderoso desde la caverna de Platón. 




Llamadas obscenas





Cuando el 15 de julio de 2001 recibí una llamada obscena, me estremecí, porque pensé que había sido Cristina.

En mi primer día de jubilación, había ordenado los libros; rodé el globo terráqueo; abecedaricé los discos de rock de los años 50 y 60; hice funcionar viejos compases de bigotera; leí sobre los diseños misteriosos de las piedras de Ica; contemplé antiguos mapas en donde soñaba, cada noche, navegaciones a países enigmáticos...

El padre de Cristina había llegado como médico jefe al hospital de la región. Y cuando ella entró a la sala de clases del liceo, me maravillé: era Carol Lynley, una rubia modelo adolescente, portada de Life y otras revistas de moda, que devendría más tarde en actriz de Hollywood. Por fortuna, sentaron a Cristina a mi lado y, con el tiempo, nos hicimos grandes camaradas.

En casa de su prima mayor Teresa, aprendimos a bailar rock (yo prefería los lentos de Brenda Lee y Paul Anka para poder abrazarla). No sé si por admirar a Carol Lynley, empecé a enamorarme de Cristina. O si al verla por primera vez la amé desde entonces.

Lo sucedido en el transcurso de los días es largo de narrar. Fueron alrededor de dos años de camaradería. En una bellísima mañana estival, que tomábamos sol en la playa, me confiesa, entre sollozos, que desde un tiempo siente deseos irrefrenables de hacer llamadas obscenas y ya ha realizado varias. A mis dieciséis años no supe argüir que la adolescencia está llena de ángeles y demonios; que la adolescencia arde en lujuria (y no le revelé que, por las noches, con los muchachos escudriñábamos ventanas con mujeres desnudas).

Un domingo al salir de la iglesia, me asegura que se hará monja de claustro para expiar su pecado y pedirá postular al noviciado. Yo, sin atinar, incliné la cabeza acongojado.

Al día siguiente de su ingreso al noviciado, caminamos por los jardines del convento de la distante capital. Nos sentamos en una glorieta de rosas y, súbitamente, nos abrazamos mientras nuestras lágrimas fluyeron: era el desgarro de un ciclo que concluía. "Tú has sido lo más hermoso de mi vida", le aseguré. "Tú también has sido lo más hermoso de mi vida", replicó. Y con sus ojos celestes arrasados en lágrimas, me prometió: "Algún día te llamaré"...


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(En 2005, revisé diarios de la capital, de entre los años 1962 y 1964, buscando la confirmación de una supuesta herencia de una anciana tía paterna. En uno de los sueltos de 1963, leí del suicidio de una joven religiosa: Cristina Müller, hija del distinguido médico Tomás Müller. O sor Carol, como monja de claustro).

5 comentarios:

Lila Magritte dijo...

Gran cuento del Mago Mentecato, al que conocí por años a través del blog, en su casa virtual, y luego nos reconocimos en la vida real, donde compartíamos los mismos escenarios y seguramente nos cruzamos cien veces antes de saludarnos en el hall central de la oficina registradora, productora y difusora de realidades donde él trabaja.

Anónimo dijo...

¿Quién no ha recibido una llamada obscena alguna vez? Buen tema y desarrollado de manera muy sutil en este cuento.

fgiucich dijo...

Es cierto, el maestro Mentecato es un mago de primer nivel. Y es un placer haber descubierto esta tu otra casa a la cual volveré. Abrazos.

mentecato dijo...

Querida Lila:

¡Qué honor!

Gracias.

Un gran abrazo.

Lila Magritte dijo...

¡¡Grande Mentecato!!